El cerebro como un sistema de control: Entre la ciberseguridad y la neurociencia
Imagina que eres un consultor en ciberseguridad. Tu trabajo es proteger los sistemas de una empresa contra cualquier ataque. Te encargas de monitorear la red, detectar vulnerabilidades y ajustar las defensas cuando aparece una amenaza. Pero, ¿cómo sabes cuándo ajustar? Ahí es donde entra el concepto del lazo de control, que curiosamente funciona de manera muy similar a cómo lo hace nuestro cerebro.
Lazo abierto vs. Lazo cerrado: ¿Cuál es la diferencia?
Para entender esto, primero veamos dos conceptos fundamentales:
1. Lazo abierto: Es un sistema que simplemente ejecuta una acción, pero no tiene forma de verificar si lo que hizo fue correcto o no. Piensa en una luz que prendes con un interruptor. La enciendes y ya, sin retroalimentación. No hay forma de que la luz «sepa» si la habitación está lo suficientemente iluminada o si debe ajustar algo. Es como ejecutar una orden sin mirar el resultado.
2. Lazo cerrado: Aquí, el sistema recibe retroalimentación y ajusta sus acciones en función del resultado. Si enciendes el aire acondicionado y este mide constantemente la temperatura de la habitación para ajustarse a la que deseas, entonces es un sistema de lazo cerrado. Monitorea, compara y ajusta.
En la ciberseguridad, los sistemas de lazo cerrado son esenciales. Si un firewall detecta un ataque, ajusta automáticamente sus defensas en función de la amenaza. ¿Por qué? Porque tiene retroalimentación, está constantemente midiendo lo que sucede y respondiendo en consecuencia.
Comprender por fuera, lo que pasa por dentro.
Sorprendentemente, nuestro cerebro funciona mucho más como un sistema de lazo cerrado que uno de lazo abierto. Las neuronas, esos mensajeros eléctricos del cerebro, no solo disparan señales porque sí. Ellas monitorean constantemente el entorno químico y ajustan su comportamiento en función de lo que perciben, especialmente cuando hablamos de neurotransmisores como la dopamina.
Dopamina: La retroalimentación química del cerebro
Imagina que estás en una situación que te causa satisfacción o recompensa, como resolver un problema complicado en tu trabajo de ciberseguridad. En ese momento, el cerebro libera dopamina, un neurotransmisor que refuerza esa sensación de éxito. Aquí es donde el sistema de lazo cerrado entra en juego: si el cerebro detecta que hay suficiente dopamina para mantenerte motivado y enfocado, ajusta su liberación para mantener el equilibrio.
Por otro lado, si el cerebro «nota» que hay un desbalance, como niveles bajos de dopamina que te hacen sentir desmotivado o distraído, responde liberando más o cambiando el patrón de actividad de las neuronas. ¡Es una forma de ajuste automático, exactamente igual que un sistema de lazo cerrado en ciberseguridad!
Resumiendo la conexión: Tecnología y biología alineadas
En resumen, tanto en los sistemas de control de ciberseguridad como en nuestro cerebro, la clave está en la retroalimentación. Los sistemas de lazo abierto ejecutan órdenes sin hacer ajustes; en cambio, los sistemas de lazo cerrado son inteligentes, ajustan su comportamiento continuamente según la información que reciben.
Nuestro cerebro funciona como un sistema de lazo cerrado en muchos aspectos, sobre todo cuando hablamos de mantener el equilibrio químico. Al igual que un sistema de seguridad cibernética ajusta sus defensas en función de las amenazas detectadas, nuestras neuronas ajustan su actividad en función de lo que perciben en su entorno. Así, ambos mundos, el tecnológico y el biológico, comparten un principio fundamental: monitorean, comparan y ajustan para mantenerse en control.